domingo, 24 de noviembre de 2013

CARTA DEL JEFE INDIO NOAH SEALTH AL PRESIDENTE DE ESTADOS UNIDOS.


LECTURA 6º E.P

 

LA CARTA DEL JEFE INDIO NOAH SEALTH AL PRESIDENTE DE ESTADOS UNIDOS.

 

El gran jefe de Washington ha mandado hacernos saber, junto con palabras de buena voluntad, que quiere comprarnos las tierras. Mucho agradecemos este detalle porque de sobra conocemos la poca falta que les hace nuestra amistad.

 

Queremos considerar el ofrecimiento porque también sabemos de sobra que, si no lo hiciéramos, los rostros pálidos nos arrebatarían las tierras con armas de fuego.

 

¿Pero cómo podéis comprar o vender el cielo o el calor de la tierra? Esta idea nos resulta extraña. Ni el frescor del aire ni el brillo del agua son nuestros ¿Cómo podrían ser comprados? Tenéis que saber que cada trozo de esta tierra es sagrado para mi pueblo. La hoja verde, la playa arenosa, la niebla en el bosque, el amanecer entre los árboles, los pardos insectos…

 

Los muertos del hombre blanco olvidan su tierra cuando comienzan el viaje a través de las estrellas. Nuestros muertos, en cambio, nunca se alejan de la tierra, que es la madre. Somos una parte de ella, y la flor perfumada, el cielo, el caballo y el águila majestuosa son nuestros hermanos.

 

Las escarpadas peñas, los húmedos prados, el calor del cuerpo del caballo y el hombre, todos pertenecen a la misma familia. El agua cristalina que corre por los ríos y arroyuelos no es solamente agua, sino que también representa la sangre de nuestros antepasados. Si os lo vendiésemos, tendríais que recordar que son sagrados y enseñarlo así a vuestros hijos. También los ríos son nuestros hermanos porque nos libran de la sed, arrastran nuestras canoas, nos procuran peces… El murmullo del agua es la voz del padre de mi padre.

 

Por supuesto que sabemos que el hombre blanco no entiende nuestra forma de ser. Tanto le da un trozo de tierra que otro, porque no la ve como una hermana, sino como enemiga. Cuando ya la ha hecho suya, la desprecia y sigue caminando. Deja atrás la tumba de sus padres sin importarle. Secuestra la vida de sus hijos olvidados. Trata a su madre la tierra y a su padre el firmamento como objetos que se compran, se explotan y se venden como ovejas y cuerdas de colores. Su apetito devora la tierra dejando atrás todo un desierto. No lo puedo entender, vuestras ciudades hieren los ojos del hombre piel roja. Quizá sea porque somos salvajes y no podemos entenderlo. No hay un solo sitio tranquilo en las ciudades del hombre blanco. Ningún lugar donde se pueda escuchar en la primavera el despliegue de las hojas o el rumor de las alas de un insecto. Quizás es que soy un salvaje y no comprendo bien las cosas.

 

El ruido de la ciudad es un insulto para el oído. Y yo me pregunto: “¿qué clase de vida tiene el hombre que no es capaz de escuchar el grito solitario de una garza o la discusión nocturna de las ranas alrededor de la balsa?” Soy un piel roja y no lo puedo entender. Cuando el último piel roja haya desaparecido de esta tierra, cuando no sea más que un recuerdo su sombra, como el de una nube que pasa por una pradera entonces todavía estas riberas y estos bosques estarán poblados por el espíritu de mi pueblo. Porque nosotros amamos este país como un niño, los latidos del corazón de su madre.

 

Si decidiese aceptar vuestra oferta tendría  que poneros una condición: que el hombre blanco considere a los animales de esta tierra como hermanos. Soy salvaje y no comprendo otro modo de vida. Tengo vistos millares de búfalos pudriéndose abandonados en las praderas, muertos a tiros por el hombre blanco desde un tren en marcha. Soy salvaje y no comprendo como una maquina humeante muy importar más que el búfalo al que nosotros matamos solo para sobrevivir. ¿Que puede ser el hombre sin los animales? Si los animales desapareciesen, el hombre moriría en una gran soledad. Todo los que les pasa a los animales muy pronto le sucederá también al hombre. Todas las cosas están ligadas. Debéis enseñar a vuestros hijos lo que nosotros hemos enseñado a los nuestros: que la tierra es nuestra madre. Todo lo que le ocurre a la tierra, les ocurrirá a los hijos de la tierra. Si los hombres escupen en el suelo, se escupen a si mismos. De una cosa estamos bien seguros: la tierra no pertenece al hombre, es el hombre el que pertenece a la tierra.

 

El hombre no ha tejido la red de la vida. Sólo es uno de esos hilos y está tentando a la desgracia si osa romper esa red. Pero vosotros caminaréis hacia la destrucción rodeados de gloria y esplendor por la fuerza de Dios, que os trajo a esta tierra  y que por algún designio especial os dio dominio sobre ella y sobre la piel roja. Ese designio es un misterio para nosotros, pues no entendemos porque se exterminan los búfalos, se donan los caballos salvajes, se saturan los rincones secretos de los bosques con el aliento de tantos hombres y se atiborra el paisaje de las exuberantes colinas con cables parlanchines.

 

¿Dónde está el bosque espeso? Desapareció. ¿Dónde está el águila? Desapareció.

Así se acaba la vida y solo nos queda el recurso de intentar sobrevivir.

 

La carta del jefe indio Noah Sealth, 1854 adaptación.